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¿Por qué correr?

¿Por qué correr? Cómo conseguir que lo entienda una persona que no ha hecho más que un par de esprints o el test de Cooper en el colegio? O peor aún, ¿cómo convencer a alguien que lo ha probado y no le gusta? 

Cuando era pequeña muy pocos practicaban deporte. Los niños (especialmente ellos) elegían entre fútbol y baloncesto y entraban a formar parte de un equipo durante algunos años. Y algunos (como mis hermanos y yo) nos decantamos por el atletismo. Una disciplina que engancha.  

Te atrapa para siempre. Aunque existan etapas como la adolescencia o la Universidad en las que el hábito deportivo flaquea o desaparece. Ser atleta es una actitud y tarde o temprano volverás a la pista. 

El resto del mundo ha tardado demasiado tiempo en darse cuenta, pero como dice la sabiduría popular: nunca es tarde si la dicha es buena. Y hoy en día, el ahora llamado running está de moda y cuenta con miles de adeptos.  

Sobre el tema se ha escrito mucho. Y mejor que yo. Por eso he seleccionado para ti algunos libros que pueden inspirarte: 

 

¿Pero qué lleva a una persona (hombre o mujer) que lleva años sin ejercitarse a calzarse las zapatillas y salir al parque a dar vueltas? 

La respuesta es sencilla: por lo que te hace sentir.  

  • Por la sensación de libertad que experimentas kilómetro a kilómetro. 
  • Porque durante el entrenamiento dejas la mente en blanco y desaparecen todos tus problemas por un rato.
  • Porque el cansancio físico te ayuda a dormir mejor.
  • Porque no hay nada mejor que una ducha caliente después de entrenar.
  • Porque mejora la autoestima.
  • Porque el hecho de ponernos pequeñas metas y conseguirlas nos da el coraje suficiente para afrontar nuevos retos en todos los ámbitos de nuestra vida. 
  • Porque notamos la mejoría y eso nos ayuda a seguir retando al cuerpo y ser la mejor versión de nosotros mismos.
  • Porque en las épocas en las que estamos lesionados o parados por cualquier motivo, lo echamos de menos.
  • Porque competimos contra nosotros mismos y nuestros fantasmas, no contra los demás.
  • Porque al terminar (un entreno o una carrera) nos sentimos invencibles

Llevo diez razones. Un buen número. Pero podría seguir escribiendo durante horas. Y, si te das cuenta, no he utilizado en ningún momento palabras como “adelgazar” o conseguir tal o cual cuerpo.  

Y es que eso es lo de menos. Todo dentro de unos límites, claro. La salud es básica. Estar sanos es importante. Pero parámetros como el peso o el porcentaje graso no son para mí. 

Hubo un tiempo en el que, imagino que como casi todos, me obsesioné. No llegué a contar calorías pero sí restringí mi dieta al máximo. Empecé a cuidarme como si fuera una deportista profesional y a entrenar como si estuviera preparándome para los Juegos Olímpicos. 

Conseguí bajar mucho de peso, sí. ¿Pero a qué precio? No me sentía mejor con mi “nuevo” cuerpo y lo que es peor: dejé de disfrutar. 

Comer pasó de ser un placer a un trámite diario que prefería vivir en soledad. Y entrenar ya no tenía alma. Todos los motivos y sensaciones que describí hace unas líneas desaparecieron. Empecé a verlo como una obligación y lo que antes era el mejor momento del día ahora era un suplicio. 

Pero no faltaba a mi cita. Y no lo hacía por miedo. Miedo a engordar y a sentirme débil e insegura. Y tardé en ver que la nueva situación no era sostenible. Tu familia o amigos te pueden decir misa, pero al final eres tú el que tienes que “caer de la burra”. 

Cuando dejé de ser tan estricta con la comida y me permití algunos caprichos de vez en cuando. Y cuando probé nuevas formas de entrenar volví a enamorarme del deporte y de mí. Aprendí, que sentirme fuerte era mucho mejor que verme delgada. Y que no importa llevar una talla (o dos) más si por dentro soy más feliz. 

Si te apetece leer más sobre este tema, Beatriz Urigoitia es tu chica. Puedes seguirla en Instagram, bucear en su blog o incluso hacerte con el libro que acaba de publicar.

Y es que solo tenemos una oportunidad para construir nuestra historia. ¿Vamos a dejar que el aspecto físico sea el que nos defina? Espero que cuando me vaya, nadie hable de si tenía michelines o no o si mi culo era demasiado grande. Pero sí espero que me recuerden por el sonido de mi risa, o por la pasión que ponía a todo… o por lo que transmitía a todos los que tenía al lado. 

Eso es lo que tiene que movernos cada día. Y el deporte tiene que servir para potenciar nuestras capacidades. No para hacernos esclavos de una talla. De hecho, yo creo que si lo practicas para adelgazar, lo más probable es que lo dejes y termines igual o más voluminosa que antes. 

Hay tantas opciones. Si no te gusta correr, elije otra disciplina. Pruébalas todas. Apúntate a un gimnasio o llama a tu mejor amiga o a tu novio… o monta un pequeño grupo. Así te aseguras la asistencia. Cuando te comprometes con otra(s) persona(s) vas aunque no te apetezca, aunque solo sea por no fallarles.  Todo es mejor si se comparte. Hasta el esfuerzo. Así, cuando uno flaquea aparece otro dándote los ánimos que necesitas para llegar a la meta. Sudar juntos une.  

Y sufrir también. Que sumar kilómetros no es irse de spa. Hay días de gloria y buenas sensaciones… y  jornadas duras, llenas de pensamientos negativos, de “no puedo más”, “tengo que parar” o “¿por qué coño estoy haciendo esto?”. A veces estás cansado, sin ganas o incluso triste. Y no nos engañemos, el sofá es mucho más tentador que el asfalto.

¿Pero qué pasa si cedes? Descansar un día es de recibo. Pero si se convierte en una costumbre acabarás por perder el hábito, cada vez será más duro vencer a la pereza y volverán las agujetas y los ahogos del principio.  

La forma se gana de forma progresiva pero se pierde muy rápido. Los que no se van son los recuerdos. Y cada vez que sales a la calle y ves a un corredor sientes nostalgia. Y piensas en volver. En las carreras populares. En esos 10K que conquistaste y que una vez te parecieron inalcanzables. En esas cuestas pronunciadas, eternas, que coronaste contra todo pronóstico. En los entrenamientos bajo la lluvia en los que terminaba resbalando todo, hasta las penas. En esas duchas al terminar en las que parecía que renacías. 

Y vuelve la ilusión. Buscas un hueco (que siempre hay) y organizas los entrenos. Vuelve el “de menos a más”. El “hoy me siento fuerte, voy a tirar un kilómetro más”. El “¿qué te parece si nos apuntamos a tal o cual prueba?”. Y la respuesta es sí. Y os apuntáis. Y llegáis a meta de la mano, o esprintando porque queréis dar lo mejor de vosotros mismos hasta el último segundo, o con lágrimas en los ojos porque nos os creíais capaces de llegar. Y os sentís más altos y más fuertes. Como si hubierais ganado el Campeonato del Mundo a pesar de entrar en el puesto 2546 de la general. 

¿Por qué correr? ¿Y aún te lo preguntas? Por la emoción. Porque nos une. Porque nos hace sentir vivos. Y tú, ¿por qué corres?  

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